Hay algunos viajes de trabajo que me cansan más que otros, y este último a Salt Lake City ha sido uno de esos.
Un resfriado me ha pillado de improvisto. Y digo de improvisto porque hacía años que no me ponía enferma, ya ni me acordaba de lo que era. El equipo de la marca Sundance me ha cuidado y me ha permitido marcharme antes, ¡menos mal! Qué ganas tenía de volver a casa… Pero cuando lo estaba haciendo pensaba: «¿Y si no tuviera estas escapadas que me devuelven, de cierta forma, trocitos de mi vida pasada?«.
Muchas veces tengo sentimientos enfrentados. Mi individualidad laboral me hace sentir bien, independiente y que no he abandonado del todo la mujer que he sido. Llevaba una vida nómada, libre, lo que yo llamo ahora una «soltería» (sin hijos), disfrutando de tener momentos para mí: explorar una librería, recorrer un mercadillo y pararme en cada puesto, leer, ir al cine, pasarme todo el tiempo que me apeteciera en el gimnasio o simplemente no hacer nada.
Por momentos vuelvo a ser la chica nómada que he sido durante tanto años. Disfruto cada segundo de estos viajes como si no hubiera un mañana, intentando recuperar parte de ese tiempo para mí y no quiero sentirme mal por eso, mi maternidad y mi proyecto familiar, que es lo más importante de mi vida, me hacen estar partida en dos cuando estoy fuera. Ya ningún viaje es igual que antes y muchas veces me sorprendo mirando los mismos vídeos y fotos de mi hija over and over again.
Tendré que parar un poco. Me ilusiona el trabajo en equipo, conocer gente y lugares, me ponen mucho las pilas proyectos nuevos y diferentes y me cuesta mucho decir que no. Aunque hay algo mucho más importante que todo eso: la familia.