Las posturas invertidas en yoga me han regalado explorar mis miedos trabajando la confianza. Es un camino hacia fuera de mi zona de confort, todo un reto. Los cambios de perspectiva en la práctica me obligan a tener una mente más flexible y más abierta al cambio, algo que se traduce en mi día a día.
El miedo bloquea. Eso impide que mi cuerpo y mente evolucionen al mismo ritmo. Mi mente sigue escéptica aunque mi cuerpo esté preparado para avanzar. Por eso me repito en cada practica: “No te dejes llevar por tus limitaciones mentales. Conecta con tu cuerpo y calma la mente”.
Recuerdo la primera vez que intenté hacer la postura de Sirsasana («headstand»). Pensé que nunca sería capaz de subir sin apoyarme en una pared. Con práctica y entendimiento de la asana me di cuenta de que era una postura muchísimo más fácil, técnicamente, de lo que parecía y lo que me impedía avanzar era tan sólo el miedo.
Esta postura es engañosa porque es relativamente fácil ejecutarla pero no lo es tanto hacerla correctamente, protegiendo tu columna vertebral. Hay muchos profesores que son partidarios de practicar esta asana sin apoyar la cabeza en el suelo. Es la forma de asegurar que no te lesionas y que estás realmente capacitado a nivel de fuerza y equilibrio para beneficiarte realmente de la postura. Me motiva mucho conseguir posturas más avanzadas, pero realmente lo más importante para mí es entender cada una de ellas profundamente e interiorizarlas.