Este verano me ha costado mucho desconectar, estaba muy acelerada y me llevó casi dos semanas. Es difícil no sentirse mal por no hacer nada cuando vienes de abordar muchas responsabilidades, parece como que no te lo mereces y la sensación de estar perdiendo el tiempo por “no hacer nada” te aborda. Como si ser y estar no fuera suficiente.
He descubierto una Ibiza auténtica, como la de antes, la que se aleja de excentricidades y excesos por los que tan conocida es. El norte de la isla es una tierra mucho más virgen, de aguas cristalinas, de paisajes que te invitan a adorar la naturaleza y de gente auténtica. He conectado más que nunca con nuestro maravilloso Mediterráneo, al lado de mi familia y amigos y apreciando la riqueza que nos hace afortunados. Me encanta ver crecer a mis hijas a la vez que lo hace su curiosidad por lo que las rodea y no me canso de explicarles cómo cuidar de la Tierra (soy de las que recoge basura en las playas e intenta guardar la compra en bolsas reutilizables).
Disfruto con mis hijas de intereses compartidos y los redescubro a través de sus ojos. Aman el agua tanto como yo (aunque el primer baño de Maria en alta mar fue fatídico y de momento ella es más de arenita) y consiguen transportarme a mi infancia con baños interminables, nadando al desnudo, con risas mientras saltamos las olas y practicando juntas deportes acuáticos. En definitiva, momentos y recuerdos en familia que hacen que las vacaciones sean todavía mejores.
Como unas buenas vacaciones mandan, hemos aparcado por unas semanas las rutinas del resto del año y hemos abrazado el ritmo isleño y la anarquía. Y, no te voy a mentir, temo este momento de redirigir los hábitos con mis hijas, que vuelven asalvajadas y que seguro son las que más han disfrutado con diferencia de esta libertad. Nos hemos alejado de los horarios marcados, los helados y dulces se han instalado en el menú diario y ver los dibujos ha sido una petición (atendida) más que recurrente. Está claro que las vacaciones son el momento del año ideal para saltarse las reglas y disfrutar con libertad de las cosas que te gustan. Por eso me ha parecido importante explicar a mi hija Manuela que esta anarquía es algo temporal y así intentar que la vuelta al cole y a los horarios establecidos no fuera tan abrupta.
Ahora, en septiembre y con el nuevo curso ya empezado, la rutina se vuelve a implantar y con ella llegan antiguos y nuevos hábitos para toda la familia. El que nos está poniendo mucho las pilas es adaptar a toda la familia al horario del cole de Manuela y eso significa levantarnos a las 6:45h de la mañana y cenar a las 19h. Tan sólo llevamos 8 días con esta nueva dinámica, pero ya estoy empezando a disfrutar de ella. Es una gozada introducir en el hogar horarios de comida europeos y empezar mi día temprano con la peque ya en el cole, porque me devuelve la oportunidad de implantar mi rutina de yoga a primera hora, como más me gusta, y llevarme al trabajo esa fantástica sensación de tener los deberes hechos.
Siempre me gustará regresar a ese modo isleño veraniego (¿y a quién no?), pero ya tenía ganas de volver al trabajo, a mis proyectos que me llenan de energía y reavivan mi curiosidad y a seguir compartiendo con todos vosotros un estilo de vida.
Espero que tú también hayas disfrutado de las vacaciones y hayas recargado energías para este nuevo Septiembre. ¡Allá vamos!
V.