Hoy tengo la necesidad de compartir confesiones con las que creo que muchos de vosotros, como madres o padres, os sentiréis identificados con respecto a esta etapa de nuestros hijos. Y, como se suele decir, “mal de muchos, consuelo de tontos”… jejeje.
Los terrible two de mi hija Manuela se están alargando a los terrible three. La traducción de esta expresión americana sería “los terribles dos”, una forma de llamar a esa temprana etapa de los niños que llega alrededor de los dos añitos, una en la que empiezan a reconocerse como individuos, el abanico de su personalidad aflora y las pataletas se apoderan de ellos. Comienza para ellos el conflicto entre su relación de dependencia con los adultos y su propia independencia. No saben cómo lidiar con las emociones que les embargan y te retan con rabietas, desobediencia, gritos, negación, búsqueda de limites,…
Intento ponerme en la piel de mi hija y me imagino que no es tarea fácil para ella pasar de bebé a niña. Descubre que su cuerpo responde a sus órdenes, coge y suelta objetos cuando quiere, corre, salta,… y además se comunica y le entienden. Lo que más le apetece es hacer cosas por ella misma. “Yo solita, mami” es la frase preferida de mi vikinga, como yo la llamo.
Manuela ya sabe que se espera de ella un cierto comportamiento y cuando no es capaz de responder a las expectativas, se frustra y yo con ella. Diría que su perfil está definido desde bien pequeña: enérgica, observadora, locuaz y una precoz independencia y manejo del vocabulario. En definitiva, una personalidad arrolladora que hace mucho más difícil gestionarla ahora que se encuentra en esta explosión de emociones y descubrimiento. A punto de cumplir 3 años, tengo en casa a una pequeña mujer que me reta y me obliga a observar y aprender. Y confieso que para mí no siempre es fácil mantener la paciencia, que es precisamente lo que más me esfuerzo en tener presente.
Estoy aprendiendo a gestionar las pequeñas crisis redirigiendo su atención o incluso a veces opto por ignorarla para evitar el conflicto, dos herramientas que la mayoría de veces me funcionan. No son la panacea, no siempre me dan el resultado esperado, pero creo que voy en buen camino… Comparto contigo otros recursos que también me ayudan y que si tienes niños a tu alrededor, quizá te aporten alguna idea:
Lo primero que intento es recordarme que yo soy el adulto y tengo más recursos; básicamente, no ponerme a su altura y controlar mis propias emociones. Muchas de las veces en las que me encuentro con una Manuela irritable es porque no ha descansado, por eso intento respetar sus horarios de descanso. Por ejemplo, si salgo a hacer recados con ella durante su hora de la siesta me aseguro de llevar el carrito y no olvidarme del chupete. Quizá este consejo suene muy obvio y tan sólo signifique aplicar algo de sentido común, pero es que a veces entramos en nuestro propio ritmo de quehaceres y perdemos de vista el ritmo natural de nuestros hijos.
Otro momento es cuando Manuela entra en modo negación y desobediencia. Ahí intento recordarle lo bien que hace muchas otras cosas y le comparo su buen comportamiento con el conflictivo del momento para que sepa que tiene una mejor opción. En general, suele funcionarme mejor hablar sobre ella en positivo que en negativo y la invito a reflexionar.
También estoy atenta a identificar su necesidad de gastar energía cuando llevamos mucho tiempo encerrados en casa, en el coche o sentados en la mesa comiendo. Tenemos que tener en cuenta que la naturaleza de los niños les empuja a moverse y jugar, lo necesitan.
Y, por último, nunca juego con amenazas que sé que no voy a cumplir. Le hago entender que no hay trueques e intento explicarle por qué, y cuando no lo entiende me mantengo firme pero con cariño, aguantando el tipo y, sobre todo, la paciencia.
Santa paciencia, espero que siempre me acompañes y esto no se alargue hasta los terrible four…
V.