Desde que ha empezado el año no he podido practicar yoga tantas veces como me gustaría por semana. Los compromisos laborales y los nuevos proyectos cada vez llenan más mi agenda y me está constado horrores no restar de ahí la porción de tiempo que me corresponde para cuidarme.
Qué competitiva es nuestra sociedad, ¿verdad? Parece que el éxito y cumplir objetivos está por encima de cualquier otro tipo de necesidad. La filosofía del yoga no podría estar más alejada de esta tendencia que hace ya mucho que nos presiona, y desgraciadamente desde bien pequeños. Cómo recuerdo los nervios por dar un buen resultado en un examen después de haber estudiado conceptos e información que conseguía memorizar pero no asimilar… Esa exigencia y responsabilidad con la que me tomaba mis estudios, y que me hacían pasar momentos de angustia, todavía forman parte de mi personalidad. Y es también ahora cuando la esterilla me ofrece, una vez más, una lección de sabiduría, porque en estas cápsulas de tiempo que dedico a la práctica de yoga me doy de bruces con mi osadía, con el estrés y mi nervio, dándome cuenta de lo fácil que es dejarse arrastrar y perder la sintonía con lo que realmente necesitas.
Me asombra lo rápido que se puede perder el foco de lo realmente importante y volverse trascendental cuando nos sumergimos en los micro mundos que creamos desde la frustración, cuando las cosas no salen. Perder el foco en la esterilla me hace sentir mucho más pequeña, me entristece porque significa que estoy fallando a mi cuerpo, porque la práctica de yoga es la que me conecta con mi verdad.
Reconozco que soy una persona exigente, y lo peor es que esa exigencia empieza en mí. Es la que me suele costar más gestionar, la que me convierte en juez poco benevolente y me provoca decepción. La que me fustiga y me convierte en mi peor enemiga. La persecución de la perfección, exigirme ser lo que tengo que ser y lo que se espera de mí o intentar cumplir las expectativas que proyecto en mí misma son retos que pueden tener sus pros y sus contras. Porque la ambición que vive en la exigencia puede ser también sana: implica ponerte las pilas para mejorar y evolucionar, salir de tu zona de confort, apartar tus miedos y lanzarte. Pero sin perder, como decía antes, el foco en lo importante y, por supuesto, mantener el equilibrio.
La experiencia y las herramientas que me ha proporcionado el yoga me hacen darme cuenta de que la excelencia o una buena nota no son el éxito. ¿Y qué es el éxito? Para mí es saber que puedo, que me implico, que me arremango… y que cuando me equivoco NO PASA NADA. Es como la meditación, te vas pero siempre vuelves. ¿A dónde? A reencontrarte con tu cuerpo y con tus necesidades vitales, que es lo que realmente tu naturaleza demanda.
V.