Hace unos días dimos la bienvenida a casa a un nuevo miembro de la familia Puyol-Lorenzo y se llama Simón. ¿Te gusta? No te lo vas a creer, pero este es el nombre que tenía pensado por si algún día tenía un hijo.
Mis hijas llevaban tiempo pidiendo un perro en casa, pero el que más hincapié ha hecho ha sido el padre y al final entre todos han logrado convencerme siguiendo una estrategia orquestada por el adulto del clan “Queremos perro”, Carles. Tras un mes de machaque preguntándome por el asunto, curiosamente cuándo más cansada suelo estar (al final del día), he acabado sucumbiendo pero con dos condiciones: una, adoptaríamos, no compraríamos. Y otra: yo no tendría responsabilidad sobre sus rutinas de cuidados.
Nunca antes he convivido con un perro ya que nunca he sido muy perruna. Desde niña me dan miedo por el respeto que me impone su mandíbula y además de joven tuve una experiencia desagradable con un rottweiler que acabó de afianzar mis reparos. Y esto no acaba aquí: se le suma que soy escrupulosa con el tema de la higiene y soy consciente de lo que supone un animal de compañía en el hogar, especialmente si hay niñas en casa. Pero una vez más, me como mis palabras y aquí estoy uniéndome al clan «Queremos perro», protegiendo a este nuevo ser como uno más de la familia.
Tras su llegada, este cachorrillo de Pastor Alemán me ha robado el corazón y me ha hecho revivir una situación que me recuerda a cuando fui madre por primera vez: no me llamaban especialmente la atención los bebés y no sentí esa llamada de maternidad visceral que te hace aflorar el deseo de ser madre porque sí hasta que llegó la persona adecuada. Desde que llegaron a mi vida, mis hijas Manuela y Maria han despertado al 100% ese instinto maternal difícil de racionalizar. Ellas son mi prioridad absoluta y criarlas me parece el reto más maravilloso de la vida. Y ahora Simón hace aflorar en mí la ternura que despierta un bebé y me sorprendo llamándole así, “bebé”, recordándome esa primera etapa de maternidad y sus emociones como si fuera un hijo más y queriendo participar en atender sus necesidades.
Quiero acabar este texto con una reflexión sobre la necesidad de posesión que solemos depositar en los seres que queremos. Igual que creo que un hijo, aunque biológicamente pueda ser «tuyo» no es un ser humano de tu pertenencia, sino que es un ser humano al que acompañas, un animal de compañía es lo mismo. Hablo de esta necesidad del ser humano de poseer que tanto veo reflejada en mis hijas en el día a día con sus “¡Esto es mío!” . Por eso confío en que este nuevo ser con el que hay que convivir sea para ellas y para nosotros una motivación más para aprender a cuidarnos, a compartir y a respetarnos en el hogar. Espero que hagamos tan feliz a Simón como él nos puede hacer a nosotros.
Hasta pronto,
V