Nos guste o no, acarreamos un legado cultural que tiñe nuestro día a día de conductas machistas. Cuántas veces me he descubierto a mí misma reproduciendo de forma inconsciente roles y actitudes de los que no me siento nada orgullosa… y cuántas otras habrá de las que ni siquiera me he dado cuenta. Esta actitud nos impregna y nos acompaña a todos en nuestro presente, y todos somos responsables, hombres y mujeres.
Mi necesidad de cambio y revisión crece por horas, uniéndome de forma más activa al movimiento del feminismo que tanta fuerza ha recuperado en los últimos años. Y aunque cada vez son más hombres los que se unen, sigue sin ser suficiente. Por eso esta reflexión me parece importante y espero que, como sois más mujeres que hombres las que me leéis, lo podáis compartir también con los hombres de vuestro alrededor.
Hace unos meses tuve la oportunidad y el privilegio de participar en un debate maravilloso en televisión sobre la igualdad. Cuando me llamaron pensé en qué podía yo aportar en un debate sobre un tema de tanta profundidad, si no soy psicóloga ni socióloga ni algo parecido. Pero una vez preparando mi participación con la presentadora, Xantal Llavina, me di cuenta de que todos podemos aportar en algo a lo que, en mayor o menor medida, nos enfrentamos y por lo que nos vemos afectados a diario. Y digo todos porque, aunque está claro que las mujeres somos quienes más sufrimos la desigualdad de género, a los hombres también les afecta y perjudica.
Me explico tomando un primer ejemplo muy sencillo y cotidiano: que un hombre se pueda “beneficiar” de esta desigualdad, por ejemplo librándose de muchas tareas del hogar y responsabilidades familiares, no significa que no sea también contraproducente para él mismo. Y aunque esta dinámica suene a un clásico o incluso hasta nos aburra escucharlo, es mi punto de partida en este post de reflexión.
Te planteo una comparación. En una empresa, quien planifica y quien ejecuta normalmente no es la misma persona porque son responsabilidades muy distintas y cada una de ellas requiere esfuerzo y tiempo. ¿Por qué entonces en un hogar ambas responsabilidades recaen casi siempre en la misma persona, que suele ser la mujer? Planificar puede ser mucho más agotador que ejecutar, y si tenemos en cuenta que la mujer planifica y ejecuta, el desequilibrio es abismal. Pero esta dinámica puede también afectar al hombre de forma negativa al mermar sus capacidades para poder ser autónomo en su propio hogar. Me encontré hace unos días con una tira cómica que te enlazo aquí debajo y en la que encontrarás una fantástica representación de lo que llaman la carga mental de la mujer, algo que tiene mucho que ver con la abundante realidad de nuestros hogares.
Clica en la imagen para leer la tira cómica de Emma Clit
Este patrón familiar machista tiene otra cara. Una en la que el hombre se puede ver perjudicado al tener que asumir roles de gran carga emocional, como ser el mayor soporte económico para una familia, ser el pilar que nunca se derrumba (como hijo, como padre, como pareja, como amigo) y, en tantos momentos, no sentirse libre de mostrar fragilidad y sensibilidad. ¿No pensáis que lo ideal sería poder elegir el modelo familiar sin prejuicios, cada persona aceptando un rol en libertad y acuerdo mutuo? Porque, no nos engañemos, este patrón familiar es el resultado de una desigualdad que es injusta en cualquier caso y no podremos resolverlo hasta que todos los ámbitos (el de hogar, el social, el laboral,…) estén en equilibrio.
Últimamente, mi pareja y yo nos sentamos mucho a hablar de la desigualdad de género. Tenemos dos hijas a las que educar siendo nuestro ejemplo su primer referente. Queremos hacerlo mejor que nuestros padres aunque sin demonizarlos, porque han hecho lo que han podido y sabido, avanzando en gran medida desde sus propias referencias con nuestros abuelos. Una de las cosas que hemos decidido es no aceptar de él hacia mí frases como “¿Te ayudo?/Te he ayudado con…” y “Si no me dices qué tengo que hacer…”. Aunque esta última requiere trabajo por las dos partes, ya que los dos hemos crecido con unas madres que sabían todo lo que necesitaba el hogar. Es difícil no replicar el modelo mamado, ¿verdad? Él debe cambiar el chip, y yo tengo que dejarle hacer, que aprenda y que se equivoque, además de ser más flexible, más paciente, abandonar el “Ya lo hago yo” y pelear día a día por el cambio. Hay algunos que ya están sucediendo, pero nos sigue costando y suelo ser yo la que retoma el tema para analizar conductas. Pero tengo la suerte de que su respuesta es positiva, desde una mente abierta y con ganas de seguir construyendo y creciendo juntos.
Os lanzo otro ejemplo para la reflexión. ¿Qué pensaríamos si viéramos una pareja de jubilados viudos, dos amigos que han decidido compartir piso, y que uno de ellos carga con el 90% de las tareas del hogar? Nos llevaríamos las manos a la cabeza y diríamos: “¡Menudo jeta!”. Es una pena que no nos sorprenda esta situación con nuestros padres, tíos, abuelos, etc. que viven en pareja con sus mujeres y sucede lo mismo. Qué difícil es cambiar las dinámicas en generaciones más adultas… Pero los que tenemos fuerzas y ganas para trabajar en el cambio podemos y debemos protestar cuando vemos situaciones injustas en nuestro alrededor. Y hablar, hay que hablar. Cuantos más nos unamos a esta conversación más nos alejaremos de seguir aceptando este tipo de hábitos familiares y sociales.
Imaginad qué calados están estos hábitos en nuestro ADN cultural que incluso en parejas homosexuales he podido reconocer este patrón familiar. En una pareja gay masculina con hijos, el hombre supuestamente más femenino es quien adopta el rol que se ve más afectado por la desigualdad, el de la mujer.
Y cómo no, la desigualdad en el entorno laboral. Quizá yo no sea el mejor ejemplo porque vengo de un gremio en el que la mujer cobra más que el hombre, algo que me hizo sentir poderosa con una independencia económica desde muy joven. Pero sí que, por la naturaleza de mi profesión, que es utilizar mi imagen como reclamo, me he sentido muchas veces menospreciada intelectualmente. Las mujeres nos encontramos todavía con techos de cristal y barreras que nos impiden demostrar nuestras capacidades y alcanzar cargos de dirección y liderazgo. Necesitamos empoderarnos y sentirnos capaces para romper con mucho y vencer grandes retos en nuestra sociedad. Pero, ¿y los pequeños? En mi día a día, me enervan los mensajes que mis hijas reciben reiteradamente: desde una servidora, de forma inconsciente, hasta de los cuentos y las películas infantiles que nos rodean, los roles que se imponen desde la infancia o la estimulación de intereses según el género, entre tantos otros.
Sé que me dejo sin tratar muchos frentes importantes y de gran peso en esta gran lucha por conseguir la igualdad. Pero desde mi pequeño altavoz y mis propias vivencias, me atrevo a invitarte a que revisemos nuestras conductas, nuestros roles, nuestro lenguaje y frases hechas.
No permitamos que nos frenen, porque últimamente he oído quejas tan fuera de lugar como “Dejad un ratito ya el tema, ¿no?”. El camino continua siendo largo, desgraciadamente, y citando a Isona Passola, presidenta de la Academia del Cine Catalán y con quien compartí debate en televisión, el mensaje es claro: “O lo hacemos juntos, o no lo resolveremos”. Es la ÚNICA forma.
Ser feminista significa defender los derechos de la mujer para conseguir la igualdad. ¿Quién puede estar en contra de esto?
Aquí puedes volver a ver el programa de Revolució 4.0 dedicado a la igualdad. Gracias Xantal Llavina por promover el debate de temas como este en televisión. Como siempre, un placer charlar contigo.
Y aquí comparto un discurso que me ha inspirado y que ya he compartido con mi alrededor. Es el de la capitana del equipo de fútbol femenino nacional de EEUU.
Espero haberte inspirado para el cambio.
Hasta pronto,
V