Viajar es uno de los mejores regalos que uno se puede dar y más aún si lo haces en pareja y enamorada. Sri Lanka ha sido uno de esos viajes de los que no te olvidas; lleno de olores, sol, descanso y buen comer rodeados de una preciosa naturaleza. Desconecté tanto que me costó horrores volver a la rutina de trabajo de vuelta a occidente.
Aunque la llegada a Sri Lanka no fue muy placentera porque nuestro “driver» se equivocó de hotel y acabamos viajando en coche más de 4 horas para llegar a nuestro destino, mereció la pena por completo al llegar a un paraíso llamado Amanwella (nuestro hotel). La mezcla de un caos similar al de la ciudad de Delhi pero a escala más pequeña, con una naturaleza poderosa y sonrisas de dientes blancos en esos rostros oscuros llenos de amabilidad, nos hizo sentir muy alejados de casa pero muy a gusto.
Los hoteles de la cadena asiática Aman son exquisitos. Había escuchado hablar del lujo asiático, de su sutileza, pero hasta que no pisé los Aman no supe exactamente a qué se referían. Elegancia y discreción, un savoir faire exquisito cuidando hasta el más mínimo detalle. Una belleza adulta y madura sin excentricismos, todo está en su justa medida. Es ese lujo silencioso que busco y por el que apuesto con mi marca. Además, la arquitectura de estos hoteles es extremadamente respetuosa con la naturaleza del lugar, se mimetiza con el entorno y te hace sentir totalmente inmerso en él.
En Tangalle, al sur de Sri Lanka, he probado uno de los pescados más frescos que he comido nunca. El atún se deshacía en la boca. Incluso el fish and chips, con su rebozado, estaba buenísimo! El curry de allí me pareció muy diferente al tailandés. De textura seca, con menos salsa que digería increíblemente bien. Por eso me permití abusar de los platos locales con curry acompañado de arroz rojo (que nunca lo había comido) cada noche. Entre cerveza y cerveza, que estábamos de vacaciones, también tomábamos agua de coco natural en ayunas cada mañana. Sabe muy diferente a la embotellada que tomo en casa, es mucho más suave.
Lo que más he disfrutado de este viaje ha sido observar de cerca a los mamíferos más grandes de este planeta, como son las ballenas y los elefantes. Sus ruidos y movimientos están llenos de fuerza y armonía. Es una auténtica maravilla ver a los animales en su propio hábitat… En el Parque de Udawalawe pudimos ver varias familias de elefantes, búfalos, pavos reales apareándose, zorros, cocodrilos, jabalíes, águilas y muchas otras variedades de aves. Todo un despliegue que no esperábamos encontrar en absoluto. Pero lo que más me impresionó fue el olor a campo salvaje: tenía sabor, era como si pudieras masticar el aire. Intenso pero muy fresco. Como espectador, me sentí en el mejor de los teatros. Y digo teatro ya que había algo de irreal, o quizá mejor diría de intrusismo, en las dos visitas que hicimos para acercarnos a estos animales. El navegar con una lancha a todo motor por el océano Índico en busca de ballenas e ir en un Jeep 4×4 por el parque natural tiene un punto de extravagancia que no hablaba para nada el idioma de lo que nos rodeaba. Intentamos que nuestras visitas fueran lo más respetuosas posibles apagando motores siempre que podíamos, aunque a veces la emoción me hizo pegar algún grito que otro. jejeje