La idea de tener un tercer bebé se plantea en casa y surgen pensamientos, sentimientos y un debate que todavía no nos ha llevado a ninguna conclusión.
Se dice que aunque vivamos muchos más años, la etapa de fertilidad de la mujer no se ha alargado. Aunque me vuelco en cuidar mi salud para envejecer mejor y mi fertilidad derrocha juventud (o al menos eso me dicen los análisis), sé que si deseo un tercer hijo no puedo dormirme en los laureles ya que no me encuentro en mis 20.
Los hijos requieren mucha dedicación y eso significa TIEMPO. ¿Tengo TIEMPO suficiente para atender bien a tres hijos si quiero seguir trabajando y sentirme realizada en mis otras facetas como mujer, no solo en la de madre? Y ¿cuento con suficiente TIEMPO biológico óptimo para un embarazo, una decisión tan importante?… El tiempo es un lujo. Si ya cuadrar mi agenda es como hacer encaje de bolillos y mis hijas son súper acaparadoras, con tres la cosa se complicaría aún más y la decisión se vuelve mucho más compleja.
¿Qué sería lo ideal? Que la fertilidad de las mujeres no tuviera caducidad; que ser madre no significara renunciar en parte a unos objetivos profesionales; que aumentar la familia no comprometiera tu economía, que tener hijos no tuviera ese punto de egotrip (no tenerlos por la necesidad de dejar descendencia propia, de transmitir tu genética, de crear proyecciones de uno mismo con respecto a tus inseguridades o a tus deseos y aspiraciones)… y una larga lista a la que quizá tú añadirías más cosas.
Pero yo intento alejarme todo lo que puedo de estos pensamientos negativos con respecto a mi relación con ellas y ser benevolente conmigo misma, porque se que intento ofrecerles mi mejor versión como madre.
Quién hubiera dicho que me encontraría escribiendo estas palabras cuando yo nunca he sido mujer de adoración por los bebés, pero desde que he experimentado la maternidad ese sentimiento ha cambiado, y mucho. Ahora me fascinan los bebés. Son el ser humano en estado puro. La relación con un bebé es completamente animal, te hace volver a tu esencia y reconectar con tus instintos. Se establece un idioma maravilloso, una relación en la que las energías fluyen y las necesidades vitales del bebé se anteponen a cualquier otra cosa. Es precioso apartar la razón a un lado y dejarse llevar por las emociones. El sentimiento dicta a tu cuerpo, o por lo menos es así como yo me relaciono con mis hijas.
Estoy disfrutando del momento bebé de mi segunda hija, María, como si no existiera un mañana, teniendo esa sensación de que quizá nunca más volveré a vivir una primera sonrisa, sostener una cabecita que aún no se aguanta por sí sola, su olor, un primer mamá, sus balbuceos, unas primeras cucharadas, unos primeros gateos,… La ternura de un bebé.